05 octubre 2014

MOMSTERS Indira Paez



He visto poca gente tan competitiva en la vida… como las mamás. Y eso que he trabajado en deportes, prensa, política, televisión, radio, teatro y colectas de dinero para la caridad. Pero qué va. A una mamá nadie le gana. Y es que, para una mamá, su criatura siempre será la más bella, la más inteligente, la más graciosa, la más merecedora de la medalla de lo que sea, la más lamás. Claro que ninguna mamá admite su falta de objetividad. Declaramos públicamente, sin tapujos y con el mayor de los descaros, que nuestros hijos son la octava maravilla universal… y terminamos diciendo “y ojo, no es porque sea mi hijo(a) que lo digo”. Somos terribles. Por eso, de cariño, nos llamo como nos llama mi hija la adolescente: MOMSTERS. O sea, somos unas madres… de madre.

La primera condición que debe tener una MOMSTER, es ser sacrificada. Ir por la vida cual farmacia de turno, disponible y en servicio 24/7. Debe vivir, respirar, pensar, actuar por y para sus hijos y olvidarse de que antes de tenerlos, tuvo una vida. Una MOMSTER que se respete, jamás habla de otra cosa que no sean sus retoños. En el colegio, nadie la conoce por su nombre, sino por su título: la mamá de. Debe además tener la destreza de preparar loncheras en diez minutos, hacer laundry a las horas más insólitas, tener un carro equipado con sanitizer, estuche de costura, ungüentos antibióticos, servilletas, cartucheras de repuesto, almohada, cobija y otros enseres (un quitamanchas nunca está de más).

Una MOMSTER debe además tener una inmensa capacidad de improvisar y manejar situaciones de crisis, como derrames de leche con chocolate en el uniforme, tareas olvidadas en la mesa de la cocina, súbitos dolores de barriga o de vientre, peleas con la necia esa que me sacó del equipo, rabietas con la maestra y conflictos varios. Debe ser diplomática cuando se debe, firme si se requiere, aguantar largas horas sin dormir y preferiblemente saber manualidades y cocina básica. Ayudar a los niños con las tareas, y en ocasiones, hacérselas (siempre con mucho disimulo y explicándoles que es una excepción). Además, una MOMSTER debe llevar con orgullo el uniforme del gremio: mono de trotar (aunque no haga ejercicio, no importa), zapatos tennis y colita de caballo. Si acaso, puede sustituirse el mono con un jean y una franela. Si la franela dice “Proud of my kids” o algo así, mucho mejor. Y lo más importante…

Una MOMSTER siempre está dispuesta a demostrar a las demás MOMSTER, que su retoño es lo máximo. Es una guerra, pues. Resumiendo: Una MOMSTER es como un “Marine”… sólo que sin sueldo.

Yo debo admitir que aprendí tarde el arte de la rivalidad maternal. Porque, trabajando 16 horas diarias, me costaba mucho ser una madre abnegada. Así que, cuando mi hija estaba chiquita, las MOMSTER me daban envidia. Me intimidaban. Yo me defendía diciendo que bueno, que yo trabajaba mucho, que no tenía marido que me mantuviera y blah blah blah… pero aún así me miraban feo en las poquísimas reuniones de padres y representantes a las que pude ir, vestida además de ejecutiva y peinada de peluquería. Qué falta de respeto tan grande la mía. Mi pobre hija nunca tuvo un disfraz hecho en casa, ni llevó galletas recién horneadas a los niños de su clase. Nope. Yo todo lo compraba hecho y ni siquiera disimulaba quitando las etiquetas. Yo era una novata. No sabía absolutamente nada sobre ser una MOMSTER.

Ahora, el panorama es muy distinto. Cuando me vine a vivir a Miami, se acabaron las niñeras y las clases de tareas dirigidas. La peluquería pasó a ser un lujo que me doy si acaso en mi cumpleaños, y los trajes de ejecutiva quedaron arrumados en el fondo del closet junto con unas alfombras persas que heredé de mi mamá. Y no, no es que no trabaje las mismas 16 horas diarias, sino que en el país del #hágaloustedmismo, contratar a alguien que haga algo por ti, como criarte a los muchachos, es excesivamente caro. Así que uno tiene que trabajar, digamos… 22 horas diarias. Digo, para dormir dos. Uno tiene que convertirse en madre abnegada por forfeit. No queda otra. O corres o te deja el tren y los muchachos terminan mocosos, piojosos, famélicos y francotiradores… ¡horror!

El proceso de aprendizaje y transformación fue lento. De ser la mamá-profesional del siglo XXI, pasé a ser experta en morrales con ruedita, rutas de drop off, maquetas de plastilina, proyectos para la feria de ciencia, verbenas, galletas “semi caseras”, y pare de contar. Hoy por hoy, puedo decir con mucho orgullo que soy, definitivamente, una MOMSTER.

Trabajo como voluntaria en el colegio de mi hijo (claro, para que no me cobren la matrícula, pero trabajo al fin). Me ofrezco para cuanta actividad extracurricular haya-léase tomar fotos, repartir volantes, atender el puesto de donas o armar espantapájaros en Octubre-. Hago tareas de kinder y de high school, coso ruedos, zurzo medias, pego cierres y pulo zapatos. Es una carrera de dedicación exclusiva, de tiempo completo… yo me escapo y escribo. Digo, como para que no se me olvide.

No les niego que a veces me miro al espejo y me digo…“¿Y quién carajos es esta señora con colita de caballo y mono?”… pero cuando veo las caras de mis hijos, de lo más contentos con sus galletas “semi caseras” (las saco de la caja y las meto en ziplocs, para que todo el mundo crea) y sus disfraces “hechos por mí” (les quito la etiqueta y les pego unos parches por aquí y por allá)… siento que todo ha valido la pena. Esta mañana me sorprendí a mí misma en el estacionamiento del colegio de Oriana, diciéndole a un papá dónde se tenía que parar… El año que viene me meto en el PTO. Esa será mi consagración.

@Indira Páez
Multi-Platform Storytelling Writer
Digital Media & Integrated Solutions
Telemundo Network Group / NBC Universal
www.telemundo.com

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